La vida sigue igual
ALFONS CERVERA Desde hace tiempo, algunos políticos han cambiado la memoria por el cinismo. Estos días anda el corral de la política alborotado debido a la moción de censura presentada en Benidorm por la oposición socialista y un tránsfuga. Y los del PP se han vuelto locos. Abren la boca y les salen unos dientes largos como los de Drácula. Quieren sangre. Bueno, la verdad es que los del PP siempre quieren sangre. Los podrían contratar para una película de terror, de esas en que destripan a los muertos y los cuelgan cabeza abajo como si fueran vacas en el matadero. Acaba de decir Francisco Camps que la democracia, por culpa de lo de Benidorm, está en peligro. Hace poco era España la que estaba en peligro. Ahora es la democracia la que está al borde del abismo. Hablan tanto de tormentas y de oscuridad, amenazan a todas horas con tantas hecatombes, que es como si se hubieran convertido en predicadores del Apocalipsis. Dan miedo.
Aunque les haya entrado la amnesia repentina, en Benidorm ha sucedido algo muy sencillo: lo mismo que cuando Zaplana ganó la alcaldía en 1991 gracias a la tránsfuga socialista Maruja Sánchez y allí estuvo Rajoy para bendecir la fechoría. Hay un pacto contra el transfuguismo firmado por el PP y el PSOE que no cumplen ninguno de los dos. Pues que lo borren. Es mejor no tener ese pacto que tenerlo para no cumplirlo. Lo que pasa es que cuando lo incumple el PP sucede algo muy distinto a cuando lo incumplen los socialistas. En Dénia y la Vila —por poner sólo dos ejemplos de transfuguismo a favor del PP—, los altos mandos del partido abrazan a los colegas que han asaltado el gobierno municipal, manifiestan públicamente su adoración a los usurpadores, llenan de agasajos (y de muchas más cosas) al tránsfuga. Sin embargo, cuando son los socialistas quienes se aprovechan de un tránsfuga, se les llena la boca de insultos y dicen que la política de Zapatero es como un montón de estiércol.
A mí, el transfuguismo me da asco. Los tránsfugas me parecen algo despreciable, los veo en las fotos de los periódicos, les busco rasgos humanos: y no se los veo. Pero me resulta aún más despreciable quien defiende y justifica al tránsfuga que le ayuda y desenvaina la espada del degüello contra el tránsfuga que no le favorece. No hay tránsfugas buenos y malos: son escoria. Todos. Respecto a la moción de Benidorm me vienen sentimientos encontrados. Por la parte de la ética, no puedo admitirlo. Por la parte de estar harto de las mentiras y cinismo del PP, me alegro de que se les pague con la misma moneda que ellos usan en tantos otros ayuntamientos. Otra cosa es el lío descomunal que se ha montado el Partido Socialista a la hora de presentar la moción de censura, las circunstancias familiares de su secretaria de Organización que han añadido y siguen añadiendo morbo a una historia que habría de reducirse a una lectura estrictamente política de los hechos, la incertidumbre que le espera al socialismo local en las próximas elecciones después de que la nómina institucional se haya borrado del partido.
En cualquier caso, lo único que ciertamente me conforta de esta moción de censura es que los nuevos gobernantes echen del ayuntamiento a Maruja Sánchez —la vieja tránsfuga que sigue viviendo de su felonía—, que se le acabe el chollo, que purgue desde ahora y en la calle su condición obscena de traidora. Y para acabar. Al hilo de este desgraciado embrollo me viene a la cabeza aquella vieja canción con que Los Gritos y Julio Iglesias ganaron el Festival de Benidorm en 1968: al final las obras quedan, las gentes se van, otros que llegan las continuarán, la vida sigue igual. Es como si Benidorm estuviera sentenciado a ser toda su vida una maldita ciudad minada por el transfuguismo. ¿Será ésta la última vez, como el beso del bolero? Ojalá que sí. Ojalá.
Artículo de Opinión publicado hoy en "Levante-EMV"
Ojalá fuese la última de verdad! Ojalá el hecho de haber alcanzado importancia nacional, abra un debate que obligue a cambiar la ley electoral!